
A propósito de la estrategia de confinamiento por motivo de la crisis sanitaria ante la pandemia por COVID-19 y en especial luego del supuesto “uso ampliado” de la tecnología por la población, en gran medida con el fin de continuar las actividades laborales y, particularmente las educativas; durante los últimos meses se ha observado el recrudecimiento de dos tendencias en el planteamiento de algunas instituciones de educación superior: por un lado, una visión que homogeneiza a la población, dándose por hecho que todos los grupos a los que busca dirigirse el mensaje pueden acatar la medida de mantenerse trabajando y/o estudiando desde su casa, siendo ello una “cuestión de elección y decisión individual”; por otro lado, una tendencia al señalamiento de que el uso generalizado de la tecnología de punta, particularmente la relacionada con nuevos softwares, plataformas, entre otros que logran la hipercomunicación digital a través del uso generalizado del internet, constituyen la respuesta idónea para la modernización necesaria de la sociedad, en tanto constituye una indispensable innovación que permite avanzar en términos de inclusión global.
Estas tendencias tienen como trasfondo un “nuevo” proyecto de <modernidad> denominado “Sociedad 5.0” como una propuesta del trayecto indispensable, único y lineal, para conformar “una sociedad super inteligente” en términos de una nueva concepción de esta, pensado ahora desde oriente y que apunta e impulsa una visión de desarrollo que se dice <centrada en las personas>, que ahora estarán hiperconectadas con el resto de la humanidad. Esta concepción alude a una promesa cercana, en tanto se considera que al 2030 y gracias a los pasos agigantados en cuestión de inteligencia artificial, particularmente la robótica, los datos digitales masivos y los programas computacionales, se logrará poner fin a la desigualdad, a través de una nueva revolución social (Gallardo, 2020).
Presentada como producto de la “actual cuarta revolución industrial”, que haciendo uso de la tecnología transformadora logrará constituirse en la quinta revolución social, teniendo al ser humano como protagonista de la nueva sociedad, caracterizada principalmente por tener la tecnología a su servicio (Corral, 2020). Este proyecto de sociedad omite la situación enfrentada en gran medida en Latinoamérica y particularmente en México, entre otros puntos del mundo, en donde ni siquiera han transcurrido la segunda y tercera revolución industrial, alejándonos de ese planteamiento. Mark Vidal alude al mismo como “una nueva era para la humanidad” sosteniendo que la inclusión de la tecnología en la vida de las personas dará la posibilidad de cambios económicos, sociales y educativos en la sociedad, humanizando a los sujetos como nunca antes.
Ante estos planteamientos, no podemos dejar de interrogarnos respecto a algunos elementos: ¿A qué se alude cuando se habla de lo social? ¿A qué refiere la supuesta centralidad en las personas? ¿Cuál es la esencia de esa quinta y definida como “nueva revolución social”? ¿Qué clase de sociedad se espera conformar? ¿Qué se omite desde esta nueva concepción? ¿Cuáles son las implicaciones que este proyecto tiene para las ciencias sociales?
Es relevante señalar que las omisiones saltan a la vista en la actual crisis sanitaria que se enfrenta en el mundo actualmente, en particular ante la estrategia adoptada como principal medida para la contención de la pandemia por COVID-19; se evidencian diversos aspectos entre los que destaca un recrudecimiento de las desigualdades sociales, económicas y políticas entre los grupos de población, notoria en el ensanchamiento de las brechas sociales (de género, de clase, por ocupación, entre muchas otras); tensiones crecientes en el entorno laboral y nuevas formas de vigilancia, control y explotación hacia trabajadores cada vez más precarizados.
Se parte de una visión homogénea de la población y su situación; desde el supuesto que <todxs podemos trabajar a partir del uso de la tecnología y acceder a la hiperconexión global>, omitiendo el análisis de la diversidad de condiciones entre los grupos, particularmente la precarización y carencias que enfrentan numerosos grupos de la población. Entre las últimas, se invisibilizan, omiten y excluyen aquéllxs que no se encuentran en el parámetro esperado de actualización tecnológica, ubicándolos como caducos o no vigentes. Se omite también la alusión al incremento de tensión en los hogares, ahora multifuncionales y cuyo incremento en el uso de servicios, ahora a cargo del trabajador, constituyen otra factura que se agrega a su gasto.
La referencia a la centralidad en las personas alude a una visión individualizada de las mismas, cada una frente a su monitor o celular, incrementando su consumo, ahora personalizado, particular a su deseo y con envío directo a su domicilio. Es una nueva forma de producción y de consumo, que ahora con más información disponible de lo que los individuos buscan, llega a ser mucho más dirigida, gracias a las formas de seguimiento, vigilancia y control en todas las actividades, realizadas ahora de manera digital. Esta concepción excluye en gran medida los vínculos interpersonales, subjetivos, en particular las necesidades colectivas, las demandas sociales, las luchas políticas, las cuales tendrán que recurrir ahora a formas creativas de resistencia y de acción social colectiva. Se recrudece la individualización, la mirada egoísta de las necesidades propias, motivadas ahora por una nueva forma de mercado.
Otro aspecto de relevancia desde ese planteamiento es que las Ciencias sociales puedan ser definidas en función de su atención y respuesta a los problemas sociales, a partir de una racionalidad meramente técnica, que implica en esencia un análisis de la problemática social de forma ahistórica y apolítica, con una clara simplificación de la complejidad que ello tiene. Con un enfoque transformado de lo social, y con ello de las ciencias centradas en ello, éstas quedan relegadas a un nivel meramente práctico, con un papel instrumental, siendo proscritas a la atención de necesidades o problemas que impiden el “crecimiento” o “desarrollo” esperado de la sociedad. Se piensa por tanto, en los profesionales de las ciencias sociales como aquellos “expertos” que apoyarán en la homogeneización de la población, no en el cuestionamiento de lo social, en el análisis de la complejidad de los problemas sociales, como tampoco en el estudio de las particularidades y diferencias presentes entre los grupos de población, sus experiencias, recursos y saberes.
Ello, alude a una “nueva y recrudecida mistificación de la técnica” por sobre lo social, omitiendo la complejidad de ello, una apuesta por la racionalidad técnica que prioriza lo práctico, lo instrumental, la mera herramienta por encima de cualquier posicionamiento ontológico, epistemológico y por supuesto ético. La despolitización de la problemática social, la omisión a destajo de su esencia, particularmente de todo lo que constituye “lo social” en términos de construcción de ciudadanía, derechos humanos y sociales, aparece como la nueva versión de lo social, en donde la tecnología se niega a tomar su papel instrumental, convirtiéndose en el eje central de construcción, de producción, de trabajo y consumo; con el recrudecimiento de esa lógica (individual, específica, particularizada) al parecer perdiendo aquellos elementos comunes y colectivos.
Es pertinente preguntarse si estamos dispuestos a seguir en esa línea, de “nueva modernidad”, impuesta de forma externa, como nuevo proyecto jerárquico por quienes consideran han evolucionado en esa vía, relegando e invisibilizando lo social. Y si esto implicará un retroceso de los avances logrados durante las últimas décadas en términos de construcción de resistencia y de existencia, de movilizaciones sociales y acción colectiva.
Comentarios recientes