
La educación como interacción social y el capitalismo digital
Por Gustavo García Rojas
Una de las primeras víctimas de la pandemia del Covid-19 fue la interacción social que construye tejidos sociales y comunitarios gruesos. Dentro de los espacios en donde esta interacción social ocurre, el de la educación es uno de los más afectados. Solo en México, millones de niños y jóvenes se retiraron de los establecimientos educativos para confinarse hacia el espacio privado de sus casas y sus familias, los que pudieron hacerlo, otros continuaron colaborando en el sostenimiento de su casa.
La contraparte de este retiro al confinamiento en el espacio privado, son los profesores y profesoras de todos los niveles educativos que también han debido confinarse. De un plumazo experiencias, prácticas, estilos lingüísticos y manifestaciones culturales han dejado de circular por los canales habituales de la vida en sociedad hacia los espacios cerrados de la unidad doméstica familiar. Esto es verdad sobre todo en los espacios urbanos. Y aunque existen espacios sociales comunitarios, sobre todo en zonas rurales, campesinas e indígenas, donde el confinamiento no puede ser observado en su totalidad, y la proximidad hace muy difícil un aislamiento total, también ahí la densidad del contacto y la interacción han disminuido de manera importante. Esto que puede llamarse interacción humana real ha perdido un importante espacio de predominancia en las relaciones sociales.
Algunos elementos observables que nos informan de esta pérdida se pueden registrar en el silenciamiento temporal de las multitudinarias protestas y movilizaciones que recorrían el Cono Sur latinoamericano en 2019, hasta antes de conocerse del brote pandémico ocurrido en Wuhan. Algunas de esas manifestaciones de descontento estaban por lograr significativos avances políticos y sociales, sea en el sentido de cambiar sistemas políticos y gobiernos o en el de detener retrocesos autoritarios o megaobras de despojo. Esas manifestaciones voluminosas de energía social potenciada políticamente contenían una rabia que las hacía parecer imparables. Ahora en su mayor parte se encuentran en suspenso, no significa que hayan arriado banderas, pero sí que han tenido que dejar el espacio público en el que se habían convertido en factor determinante; hasta el momento en que las condiciones de salud permitan retomar las luchas y causas, ahora bajo condiciones de las que no se conoce su alcance y naturaleza.
Como la otra cara de Jano, la contraparte de este retiro de la interacción humana es el uso intensivo de formas de interacción abstracta potenciadas por el internet, a través de las redes sociales y los software de reunión en espacios digitales virtuales. Y es verdad que esta circulación masiva de datos digitales a través de redes cibernéticas ha permitido a las personas mantener un contacto importante en el confinamiento, ya no digamos que ha permitido a las empresas e instituciones lograr mantener ocupada y produciendo a su fuerza de trabajo en el contexto de la retirada al espacio doméstico (en el caso de aquellos trabajadores que no son esenciales para transformar procesos productivos).
Así que el uso de Zoom, Teams, WhatsApp, Skype, Jitsi parecería un dato inocuo y hasta filantrópico si no fuera porque estos y otros nombres son marcas de empresas privadas que capitalizan en la bolsa de valores. Tan solo en el caso de Zoom los números de su crecimiento en el tiempo de pandemia son sorprendentes y una muestra del clímax digital en que vivimos, de tener 10 millones de usuarios a finales de 2019 pasó a 200 millones en marzo del 2020. De tal forma que la capitalización de sus acciones para marzo de este año sumaban un total de 44 mil millones de dólares.[1] Al lado de esta marca de videollamadas y videoconferencias otros gigantes de la acumulación de datos y el entretenimiento digital como Google, Amazon, Facebook y Netflix conforman los pilares de lo que Ignacio Ramonet ha llamado el capitalismo digital,[2] una forma de valorización de valor afincada en los datos digitales, el trabajo y la interacción abstractos.
Entre los efectos más notables de la pérdida de la interacción humana real se encuentra el cambio en los sistemas educativos de la educación presencial en el aula a la educación virtual por videollamada. Esto es más evidente en el nivel superior donde sin mayor consulta ni reflexión y mediando solo algunos días o semanas de transición se trasladó toda la educación basada en procesos que tenían el contacto humano y la interacción como contexto base a una formación virtual sin contacto humano concreto. De manera automática e irreflexiva se han trasladado planes y programas de estudio diseñados para un tipo de educación basado en la interacción social compleja a otro en donde la interacción se encuentra mediada por la distancia y la falta de contacto.
¿Es posible extrapolar en su totalidad realidades y programas de formación profesional (y de posgrado) al ámbito abstracto de la realidad virtual? ¿Se enseña y aprende de la misma manera en contacto con otros, que frente a la pantalla de una computadora o tablet? ¿Es posible anticipar el efecto en la subjetividad que tendrá este diseño en quienes se formarán en una educación que enseña la distancia como paradigma?
En México las universidades públicas y privadas se han apresurado a adoptar el paradigma del capitalismo digital sin cuestionamiento o reflexión alguna. En las universidades públicas el modelo de formación virtual por videollamada y el rellenado (ahora digitalmente) de listas de asistencia y envío de documentos probatorios, rellenado de encuestas y reuniones virtuales multitudinarias (¡Día del maestro incluido!), han hecho más enredado y confuso un ambiente de por sí ya denso.
Hasta hoy en las universidades públicas (las privadas se encontraban en la vorágine de sustituir las aulas concretas con aulas virtuales desde antes) se ha seguido el camino de la inercia de seguir trabajando virtualmente como único plan viable de su existencia. Salvo por alguna encuesta o instrumento que recoge tímidamente el punto de vista de los académicos o alumnos no se sabe de ninguna universidad que haya llamado a consultar la pertinencia de aplicar el mismo plan y programas diseñados para el aula societal a una realidad virtual. Tampoco se ha problematizado el uso de software o aplicaciones de tipo corporativo ni se conoce cómo y bajo qué condiciones fueron obtenidos estos paquetes.
Es un lugar común plantear que la pandemia no creó la desigualdad, el racismo y la colonialidad, sin embargo, sí puede potenciar efectos negativos en los sistemas sociales. En el caso de la formación universitaria si las fallas estructurales presentes en las instituciones se cuelan a través de la formación digital, el resultado de la formación así impartida puede ser impredecible. Es necesario reflexionar sobre la pertinencia de la equiparación de planes de estudio en la situación actual, la evaluación, la relación entre los distintos actores de la comunidad universitaria, los contratos de trabajo de los docentes y trabajadores administrativos, entre otros elementos.
La universidad no puede seguir el mismo camino del modelo maquilador de trabajo abstracto virtual sino pensarse a contrapelo de esta tendencia social acentuada por el confinamiento de pandemia. Para ello es necesario incentivar los cambios internos que van en sentido contrario a las tendencias sociales dominantes prepandemia. Se haría necesario abrir espacios de debate, discusión y decisiones democráticas de toda la comunidad universitaria sobre qué camino seguir, y hacia dónde debe transitar la universidad en estos tiempos de finales de época.
[1] Ignacio Ramonet “La pandemia y el sistema-mundo” en Le Monde Diplomatique en español, 25 de marzo 2020 https://mondiplo.com/la-pandemia-y-el-sistema-mundo
[2] Ibid.
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