La mayor parte de la investigación científica en México se realiza en instituciones de educación superior, sean universidades o centros públicos de investigación. También la gran parte se realiza en instituciones públicas, si bien las universidades privadas han bregado por ser parte de la producción científica cada vez más. Salvo en algunos pocos centros públicos de investigación donde el modelo de trabajo se acerca más al del investigador científico de tiempo completo (Cinvestav, Ciesas, Colegio de México, Colegio de la Frontera Norte, Ecosur, entre otros) en la mayor parte de las instituciones los investigadores deben combinar las labores docentes con la investigación. Esto es cierto sobre todo en las universidades públicas estatales y nacionales (salvo la UNAM, donde la investigación se encuentra separada de la docencia y se realiza en los Institutos que son instancias diferentes de las escuelas o facultades). Dichas instituciones han pasado por un proceso de reconversión de su naturaleza reproductora del conocimiento, hacia instituciones productoras de nuevo conocimiento especializado. Es decir de universidades para la docencia, a universidades de investigación. Este proceso ha coincidido en el tiempo con la imposición de políticas restrictivas en el gasto público y el adelgazamiento de un estado visto como ineficiente y dispendioso por las políticas neoliberales impuestas en México en los años 80 del siglo pasado. Así que al mismo tiempo que se recortaban los recursos y subsidios a las universidades, éstas se propusieron reconvertirse en centros de producción de conocimiento a través de la investigación. Esto implicó entre otras consecuencias, que el acceso a plazas de profesor de tiempo completo se hizo cada vez más restringido y supeditado a la obtención de títulos académicos de posgrado. Y en aras de cumplir con los requisitos de las cada vez más frecuentes acreditaciones de los planes y programas de estudio, se ofrecieron facilidades para que la planta académica ya establecida tuviera facilidades para avanzar en estudios de posgrado.

No es una obviedad decir que la obtención de títulos de maestría y doctorado no garantizan por sí mismos la transformación de una institución en productora de conocimiento significativo y complejo, sobre todo en aquellos establecimientos donde los grupos y tradiciones científicas eran precarias o inexistentes. Otros factores tan determinantes como la formación de futuros cientistas, serían contar con la infraestructura adecuada, tener condiciones de trabajo justas, promover un clima cultural de crítica y apertura y promover el contacto con otras comunidades científicas. Buena parte de las universidades públicas estatales han arribado muy recientemente al mundo de la investigación científica, después de décadas de formar cuadros técnicos capacitados y de una tradición de docentes que marginalmente se dedicaban a la investigación y en pocos casos avanzaban en sus estudios más allá de la licenciatura.

En el nuevo escenario, contar con títulos de posgrado es la primera frontera obligada para introducirse al mundo académico universitario. Pero ese es solo el inicio, por lo menos en la UANL, una vez dentro, quien quiera aspirar a un tiempo completo debe ostentar título de doctorado, si logra obtenerlo y desea permanecer en su puesto, entonces deberá bregar por obtener la certificación Prodep y la reyna de todas las acreditaciones: ingresar al Sistema Nacional de Investigadores o SNI, y tratar de escalar los cuatro niveles que lo conforman, o por lo menos permanecer en uno de ellos.

Recientemente en México ha despuntado una discusión en el mundo de los investigadores y la Ciencia que hasta hace poco estaba considerada en el ámbito de lo impensable. Un grupo de profesores-investigadores han criticado en lo individual la existencia del sistema de premiación a la productividad y las compensaciones extra-salariales con base en evaluaciones periódicas, que es la parte medular de la labor del SNI.

Como se sabe el SNI fue diseñado en los años 80 del siglo 20 como un contrapeso al desplome salarial de los ingresos del profesorado universitario. El sistema sin embargo, fue diseñado con criterios económicos eficientistas y focalizado en un grupo de los trabajadores docentes muy concreto; aquél orientado a la investigación y poseedor de títulos académicos de posgrado. Esto dejó fuera a una parte relevante de la población docente y construyó una élite aspiracional que generó una segregación o apartheid profesional-salarial en donde las plazas de profesor de tiempo completo se reservaron casi en exclusiva a los docentes orientados a la investigación científica y el resto de profesores de medios tiempos y de horas o asignatura quedaron relegados en salario y prestaciones con la lejana promesa de que si obtenían los títulos adecuados podrían algún día aspirar a tener todos los derechos y prestaciones. Huelga decir que la promesa de obtener una plaza de tiempo completo después de obtener títulos de maestría y doctorado pocas veces se cumple y se encuentra supeditada a las relaciones políticas construidas en los establecimientos académicos, en donde la lealtad y obediencia ciegas a la autoridad en turno, son considerados valores de alta estima, y la reflexión crítica y el pensamiento independiente son considerados transgresiones inaceptables.

Así que la pertenencia al SNI como forma de compensar la depreciación del valor del trabajo en las universidades públicas solo se cumple para un sector muy pequeño de los profesores y profesoras que sostienen la docencia en las universidades. Este sector al que se le construye una concepción de auto importancia excesiva y por ende merecedor de prerrogativas especiales se introduce en una dinámica productivista y eficientista del quehacer científico que se constituye en reproductor de los paradigmas normalizados de la ciencia y justificador de la dinámica social impuesta en el mundo por la versión neoliberal del capitalismo. Como el imperativo de publicar se convierte en una prioridad inaplazable, y la necesidad de reunir un número aceptable de publicaciones, el significado y alcance de lo publicado queda relegado a un segundo plano. Encerrados en el callejón sin salida de la docencia obligatoria y la investigación evaluada cuantitativamente, los profesores-investigadores tienen pocos incentivos para realizar avances cualitativos en sus áreas y líneas de conocimiento.

Parece indiscutible que un sistema de incentivos y premiaciones al esfuerzo de profesoras y profesores que invierten una buena parte de sus vidas en formación científica compleja y en actividades cotidianas de investigación es necesario. Sin embargo, la diferencia estriba en la cuasi obligatoriedad de pertenencia al SNI si los profesores desean acceder a una calidad de vida adecuada y si buscan ser tomados en serio en el mundo académico y científico. La única opción a los salarios deprimidos de los docentes universitarios hoy por hoy, son las compensaciones extra-salariales por medio de instrumentos como el SNI. No existe la opción de quiénes desean dedicarse al trabajo docente exclusivamente, de obtener reconocimiento y calidad de vida suficiente por su labor. Pero tampoco existe la opción para quiénes desean hacer una carrera en la investigación, sin la obligación de pertenecer al SNI y someterse a la presión de evaluaciones periódicas y las exigencias institucionales de pertenecer al mismo para elevar sus “indicadores”.

En otro tipo de circunstancias, la pertenencia al SNI debía ser una opción para aquellos profesores dedicados a la investigación científica que desearan entrar en su dinámica, al mismo tiempo que se garantizara un salario justo con prestaciones adecuadas para todos los trabajadores docentes. Asimismo, debería pensarse en el papel del profesor-investigador en la universidad pública y ofrecer facilidades para la investigación como descarga-horaria y recursos para emprender proyectos.

Es necesario terminar con el sistema de estratificación social salarial existente en las universidades públicas que construye un ambiente de disgregación del tejido social universitario y generar las condiciones adecuadas para crear el clima adecuado de debate y discusión que permita aflorar la imaginación y creatividad necesarios en la construcción del conocimiento científico. De otra manera, las universidades públicas se constituirán en meros reproductores de la injusticia y explotación presente fuera de sus aulas y en la perpetuación de un modelo de investigación estéril que solo nos llevaría a repetir las mismas recetas de lo existente.