En la experiencia docente de gran parte de los profesores, se recogen historias de la vida cotidiana de sus estudiantes que hacen reflexionar sobre lo vulnerables que son, por ejemplo, un profesor narró que “un día en clase cuando se solicitaban las actividades que quedaron pendientes para realizar en casa, una alumna que frecuentemente no entregaba tareas y su participación era baja porque no leía, le dijo en corto: Profe, no hice las actividades porque mi esposo no quiere que las haga, las medio hago a escondidas cuando llegan mis hijos y lo distraen, además batallo mucho con la computadora. El relato era de una mujer que alcanzaba los 60 años, abuela de dos docenas de niños. Dijo el profesor que cuando le contó aquello se sorprendió y le dije que no tenía por qué preocuparse, que por el simple hecho que estuviera ahí estaba satisfecho. Ella le contestó diciendo que precisamente por ello estudiaba, para empoderarse de su esposo y hacer lo que ella quería y una de ellas era salir, “orearse” así lo decía”. Otro profesor contó que una de sus estudiantes en una ocasión le dijo que se le complicaba mucho hacer la tarea “porque tenía que cuidar a su hijo y que era la única que podía hacerlo, pero que le interesaba mucho no reprobar pues quería ser la primera de su familia en graduarse de la universidad”. Muy parecida situación vivía otra de sus estudiantes que le explicó su situación “que no entregaba las actividades porque no tenía tiempo para leer pues trabajaba por las noches y lo que ganaba lo invertía en el transporte, alimentación y la renta de una computadora”.

Estas historias así como muchas más coinciden en aspectos donde transversalmente existen desigualdades de género, vulnerabilidad social y pobreza que inciden directamente en el desempeño académico de las y los estudiantes. Situaciones que no son contempladas en esta contingencia epidemiológica y mucho menos en la reactivación de las actividades escolares a distancia propuestas por las IES. Y es que desde que las clases fueron suspendidas de forma presencial en marzo pasado debido a la pandemia del Covid-19, las universidades no han establecido estrategias claras que permitan a los estudiantes en situación de alta vulnerabilidad desarrollar sus actividades escolares a distancia. Por un lado la falta de acceso a recursos tecnológicos y por otro la situación de estrés, ansiedad y violencia que provoca el confinamiento, son de los principales obstáculos que enfrentan hoy los estudiantes de las IES.

Estudios recientes en México hacen referencia a que casi el 60% de estudiantes universitarios, no cuentan con una computadora o no tienen acceso a internet. En la Universidad Autónoma de Nuevo León por ejemplo, hay más de 200 mil estudiantes inscritos en nivel medio y superior, de los cuales el 15% carece del recurso tecnológico, en porcentaje digamos es una minoría, sin embargo en números absolutos esto se traduce en más de 30 mil estudiantes que no cuentan con computadora o en su caso acceso a internet, si a ello se suman las condiciones descritas en el párrafo anterior, la situación para esta población es crítica. Por ejemplo, una investigación para conocer las emociones que el confinamiento ha tenido a un mes de la pandemia, menciona que la ansiedad, el miedo y la tristeza son el resultado del acortamiento de la distancia, dejando estas emociones a “flor de piel”. La OMS incluso cita que el confinamiento conlleva otro peligro mortal y que aumenta como la misma pandemia: la violencia contra las mujeres. Hay que conocer la historia para no repetirla. En abril-mayo de 2009 la pandemia del H1N1 en México, llevó al confinamiento tal como ahora lo estamos viviendo. Para ese entonces se dio un incremento de la violencia intrafamiliar y de los delitos asociados a la violencia por motivos de género sobre todo en municipios de más de 100 mil habitantes, lo que muestra que la contingencia sí alteró los patrones delictivos y aunque no hay datos oficiales a la fecha, las notas periodísticas así lo confirman. 

Las estrategias para reactivar las actividades académicas tienen un gran reto. Incluir a los más vulnerables y considerar los aspectos genealógicos de la violencia, sea estructural o intrafamiliar. Examinemos un caso local, el de la UANL pues recién presentó la propuesta denominada “estrategia digital”, la cual plantea crear 65 mil aulas virtuales. Esta estrategia propone una única forma de capacitación para estudiantes y profesores para conocer y manipular la plataforma Microsoft Teams y las plataformas que ya se usan para las clases a distancia o mixtas -Nexus, Siase y Códice-, que son una serie de guías y videos que en lugar de facilitar el trabajo lo complica, puesto que ello involucra la inversión de tiempo para leer las guías y ver cada uno de los videos –mas de 20-, además de las actividades escolares en sí mismo. Aunado a lo anterior, la interacción estudiante-profesor se circunscribe a evidencias donde éste último invierte mucho más tiempo que en la modalidad presencial. Ya algunas investigaciones sobre la educación a distancia ponen en alerta que las estrategias de educación a distancia mal planeadas generan la atomización, el aislamiento y la disgregación social,  así como la feroz competencia propias del neoliberalismo, sin considerar las condiciones laborales del personal docente, que implica la flexibilización de las relaciones de trabajo y desmantelamiento de los derechos laborales, con el único fin de “cumplir” las metas y objetivos de productividad escolar, lo cual en sí mismo, es una simulación de la calidad en la educación. 

La pandemia y el confinamiento han tenido consecuencias adversas para la economía y ha modificado las relaciones de convivencia dentro de los hogares. Muchos de los estudiantes han perdido su empleo y en el caso de las mujeres la carga doméstica y los cuidados han aumentado, por lo que la educación a distancia en sí misma, se vuelve inaccesible. En este sentido, la estrategia propuesta por la UANL carece de sensibilidad para los estudiantes y los docentes, pues más allá de las dificultades para acceder a las clases virtuales, el confinamiento resultado de la pandemia conlleva una serie de amenazas a sus condiciones de vida. Universidades públicas en México como la UNAM y la UAM, establecieron iniciativas para sus estudiantes y docentes, proponiendo entregar tabletas, abrir cuentas de internet y/o doblar la banda ancha a los que ya cuentan con estos recursos tecnológicos. En el ámbito emocional se propusieron crear líneas de atención psicológica para atender casos de ansiedad, depresión y violencia intrafamiliar. 

El confinamiento por el Covid-19, vino a visibilizar la desigualdad económica, la vulnerabilidad social y el rapaz papel que tienen las Universidades ante el modelo neoliberal educativo. La propuesta de la UANL violenta, margina y discrimina a los más vulnerables pues no toma en cuenta factores sociales, económicos y emocionales. Si no se construye un modelo que permita a los más desprotegidos acceder a la educación, se estaría violentando uno de los derechos humanos plasmados en la Constitución y se estaría traicionando el espíritu de la educación pública. El reto del modelo de educación a distancia, debe incluir mecanismos que sean más “sensibles” a las condiciones socioeconómicas y emocionales tanto de los estudiantes como de los profesores. El no tener una computadora, acceso a internet o vivir en un contexto donde las desigualdades de género, la violencia y vulnerabilidad social prevalecen, no pueden ser pasadas por alto.